Imagen: Detalle de Compartir es Vivir, Obra en pastel de Shirley M. Silva Cabrera, 2009
Compartir es Vivir Shirley M. Silva RPT,FT, PhD
“Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas.”
Referencia: “La Vida del Hombre: Conocer y Amar a Dios”, Prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica, 1997.
Compartir: acción de dádiva y de ejercicio espiritual que demanda desprendimiento y movimiento excéntrico a favor del prójimo, con un efecto de retorno al remitente impregnado de la misma fuerza y potencia con la que se originó, que posee la misma cualidad de afecto y de intención para remitente y destinatario y que encierra la simiente de desarrollo y continuidad de la Armonía como bálsamo de Dios en las almas. Estas son condiciones esenciales del compartir, pues sin ellas, esta acción queda sin efecto y se convierte en “Entrega”, lo cual sería tema para otro espacio y tiempo.
Dios es quien primero compartió. Compartió su ser, su aliento, su movimiento infinito con la finitud del hombre porque de alguna forma sintió necesidad de expresar Su Amor en matices no precipitados aún en Su Espacio, pero que palpitaban en Él. Se compartió, se ofreció, se ejercitó en la esperanza del “boomerang”, confiado en que retornaría a Él con la misma fuerza con la que fue lanzado. Dios y hombre compartieron sobre todo porque Dios es bondadoso y desea que tengamos parte en Su vida bienaventurada. Esta dinámica prevalece aunque muchísimas veces desproporcionadamente porque Dios comparte todo pero el hombre tiende a ser remilgoso y muy inestable en la calidad de sus relaciones. El hombre tiende a temer a las relaciones sanas e intensas por uno de los principios principales del compartir: el compromiso.
Aún así, Dios nos sigue buscando porque insiste en compartirse, Él sabe lo que es bueno y nos lo ofrece constantemente. Nos llama y nos ayuda a buscarle, a conocerle y amarle con todas nuestras fuerzas oportunidad tras oportunidad… Quiere que le amemos, igual que nosotros deseamos ser amados y queridos cuando sabemos que valemos la pena, sin que esto implique un ataque del ego ni una enfermedad de codependencia, si no el reconocimiento genuino y sano del hombre que se conoce a sí mismo y que se valora como recipiente del Amor de Dios que desea compartirse siempre, sin frustrarse ni dejarse abrumar por las pérdidas afectivas o por las declinaciones a la oferta amorosa. Es un “no colgar los guantes” porque alguien no quiso compartir con nosotros o porque no nos quiera. Es un “Sigo confiando en el Amor aunque me hallan ofendido” o un “Confío en el Amor aunque conlleve iniciaciones infinitas” porque el Amor no es el defectuoso, es la conducta del hombre, la manera que él escoge de vivir: desde un total descuido e indiferencia hacia el amor hasta un fanatismo por apariencias y ejercicios sociales en pos de lograr reconocimientos inmerecidos porque son acciones huecas, desbalanceadas cuando somos “luz de la calle y oscuridad de la casa”. Si queremos compartir realmente para experimentar lo que es vivir desde esta perspectiva: aprendamos a amarnos en Dios, a honrar las relaciones que tengamos en nuestros respectivos hogares, y de aquí, trascendamos a la sociedad. No pensemos que el compartir cristiano es el concentrarnos en funciones sociales y comportarnos descuidadamente con las relaciones que por ser allegadas o íntimas ya las damos por garantizadas y sin necesidad de valorizar su presencia y tiempo en nuestras vidas. El compartir como función del vivir humano conlleva delicadeza y sobre todo conciencia.
“Compartir es vivir” es una propuesta que ornamenta la vida humana con otras virtudes y cualidades deseables, a la vez de requerirlas para que se de el verdadero compartir:
Calma: la paciencia, tranquilidad y visión para cultivar la dinámica del compartir
Carácter: este carácter debe ser reconocido y conocido por cada persona que desea compartir como el conjunto de cualidades o circunstancias propias de una persona y que la distingue, por su modo de ser u obrar, de las demás. Cada persona que comparte debe estar consciente y clara respecto a su postura en dicha circunstancia y su determinación a manejar la misma en grados o matices de flexibilidad o constancia
Cariño: un derivado o matiz del Amor, incluye entre otras manifestaciones buena voluntad, bondad y caricias
Carisma: esa capacidad para atraer o fascinar, es también el Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad. La pasión por un propósito acompañada por el arte y gracia de su proyección convincente
Claridad: uso de la honestidad, del correcto discernimiento, de la verdad y la comunicación para evitar malos entendidos y confusiones
Comprensión: la cual incluye entendimiento de posturas y mucha paciencia. Otorgar y honrar momentos de silencio y concentración. Entender que a veces se necesita estar a solas y realizar tareas por separado sin que esto sea una amenaza al vínculo afectivo
Compromiso: convenio de lealtad y respeto de las personas que comparten dirigidas a un fin de bien para todos. Si la finalidad no es buena, esto no es compartir. Requiere coordinación (orden).
Comunicación: con su diálogo verbal y corporal
Conciencia: conocimiento reflexivo de lo que implica compartir, reconocer sus atributos esenciales y todas las modificaciones que por sí mismo puede experimentar.
Confianza: esperanza firme que se tiene de alguien o algo y seguridad que se tiene en sí mismo para compartir Conocimiento propio y de las dinámicas de las relaciones: si no nos conocemos, no podremos compartir cristianamente
Consideración: hacia las diferencias de estilo y de amar. Recordemos que el mundo se compone de supuestos y verdades relativas a nivel social y cultural
Cuidado: cultivar las relaciones con amor, dedicación y constancia. Embellecerlas y honrarlas con el mismo entusiasmo de los primeros días.
El compartir añade un acento especial a la vida porque encierra la buena voluntad que Dios desea que sus hijos tengan unos hacia los otros manifestando la regla de oro: “Amaos los unos a los otros como yo los he amado” y esto a su vez contribuye al banco destinado para nuestra vida eterna. Añado para ofrecer una trascendencia final a esta sección, una exposición importante de Juan Pablo II recordando cuatro conceptos clave articulados por Juan XXIII en su encíclica de 1963 «Pacem in terris» (la verdad, la justicia, el amor y la libertad, cuatro importantes requisitos para que reine la paz y en relación a esta sección para que se de el verdadero compartir). Juan Pablo II indica que “la interacción de estos cuatro factores, significa que podemos pensar en la sociedad «como una realidad sobre todo espiritual». Es espiritual en el sentido de que sus miembros comparten en la verdad y juntos aspirar «a los bienes del espíritu», mientras que comparten al mismo tiempo «los sanos placeres del mundo». Este compartir implica que las personas ofrezcan a los demás «todo lo que es mejor de sí mismas», y beneficiarse de las riquezas espirituales de sus prójimos. Los valores espirituales así obtenidos guiarán a su vez las acciones de la sociedad en su cultura, economía, leyes y demás elementos que eleven la vida humana. “Compartir es Vivir”.
Referencias: 1. Catecismo de la Iglesia Católica, 1997 2. Diccionario de la Lengua Española – Vigésima segunda edición, Real Academia Española: Compartir. (Del lat. compartīri). 1. tr. Repartir, dividir, distribuir algo en partes. 2. tr. Participar en algo 3. www.corazones.org Esta página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María 4. Imagen:”Compartir es Vivir” reproducción obra en pastel Shirley Silva
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